martes, 3 de junio de 2014

ASPECTOS TERAPEUTICOS DEL JUEGO

El cuerpo es el primer mediador de la relación entre el individuo y el mundo externo: mediante él hemos entrado en contacto con otro cuerpo; es a través del cuerpo de la madre que nuestro cuerpo ha grabado las primeras sensaciones provenientes del encuentro con el mundo físico y con los otros.

Algunas sensaciones corporales que experimentamos a lo largo de la vida nos llevan a situaciones vividas. El cuerpo primero siente, y luego «habla», de manera que puede ser inclemente delator, quien denuncia el doble mensaje, entre los que dolores, síntomas y malestar son sólo algunas de las formas de dicha expresión. 

En los pacientes psicosomáticos, la representación del cuerpo es un símbolo que presenta una evolución fragmentada, a partir de la perturbación de las funciones proyectivas e introyectivas, derivadas del vínculo anómalo con la madre. Además, también nos encontramos con la privación de experiencias sensoriales e inhibición de funciones corporales, esenciales para la incorporación de la realidad.

Las funciones estructurantes han tenido en el paciente psicosomático un desarrollo distorsionado que afectó progresivamente a la confianza en su capacidad para penetrar y provocar modificaciones en el objeto. 

Cuando el Yo se esfuerza por desconocer las emociones (por ejemplo, el miedo), y sólo logra expresión por un síntoma físico, como un dolor, se establece un sistema rígido pero expuesto a bruscas fisuras, que da lugar a la emergencia de acontecimientos vinculares no procesados, por no poseer una adecuada membrana permeable reguladora, que permitiría intercambios graduados. En esos casos, el miedo es a la pérdida de la coraza defensiva, que los dejaría excesivamente expuestos a las experiencias emocionales, vulnerabilidad que tiene el sentido de quedar «en carne viva».

Podemos decir que el paciente psicosomático sufre la dramática alternancia de estar «en carne viva», sin una piel que establezca los límites, que fije una clara demarcación, con lo que no es posible experimentar las funciones de tacto y contacto.

Esta relación del Yo consigo mismo también se observa en los vínculos en los que existe una alternancia entre estar pertrechados y distantes o ser excesivamente permeables, y actuar como «esponjas» que absorben como propias, necesidades y urgencias ajenas. Se trata de adultos que juegan de forma ritualista, de la misma manera que se conectan con el mundo. Sin embargo, carecen de imaginación, fantasía, creatividad y humor y presentan un psiquismo de situaciones que no han logrado integrar, sintetizar y simbolizar con excesiva carga emocional... Lo que no logran es metabolizarlas, así que permanecen a modo de «bocados no digeridos» que pueden irrumpir con brusquedad, rompiendo la barrera defensiva, pero que finalmente vuelven a disociarse.

Los episodios somáticos son expresión de momentos de identificación proyectiva del área no metabolizada, que busca en el cuerpo el continente del que carecieron. Es probablemente a través de una imagen mental que contiene dolor (amenaza real o imaginaria a la supervivencia) y del contacto, como se repiten con mayor exactitud los modelos de relación primaria. Estas imágenes contienen, a manera de registros corporales, experiencias vinculares estructurantes de la vida emocional.

El juego en adultos como elemento terapéutico y transformador
El estatus o rol adquirido en un grupo tiende a perpetuarse en otros grupos en los que el niño o adulto es llevado a integrarse.

El contenido del juego es, sin lugar a dudas, una vía óptima de acceso a la dinámica de las relaciones objetales y un sitio privilegiado para la reconstrucción de la historia vincular. También los adultos (no sólo es un atributo de los niños) expresan en las sesiones de juego modalidades de relación con objetos y personas cargadas de significados emocionales.

Además del contenido, jugar supone modos personales de dar forma, estructura y organización a los objetos lúdicos, ya que implica la inclusión del cuerpo en el espacio, con ritmos personales e individuales de búsqueda, satisfacción y frustración. El desarrollo de juegos que permitan desplegar fantasías inconscientes con objetos mediatizadores dentro de un clima de experiencia intermedia entre realidad y fantasía, otorga la cualidad del «como si» al juego, funcionando como espacio integrador de ensayo y elaboración de nuevas respuestas. Como consecuencia, se producen momentos de integración entre sentimiento, pensamiento y acción que emergen dentro de una situación transferencial de intercambio óptimo.

Existen índices significativos corporales: la forma de vincularse, la dinámica y la motricidad. 

La dinámica de juego espontáneo, sin juicio, hace posible proyectar (en el grupo y el terapeuta) significados propios, que permiten evocar el origen del propio comportamiento con las figuras familiares (padres, hermanos, tíos, abuelos…), para luego reconstruir los matices de estos vínculos originales y las fijaciones producidas en las diferentes etapas, así como las primitivas experiencias de contacto corporal que han contribuido a estructurar la modalidad relacional personal.

La transferencia se convierte en una herramienta principal de trabajo. Al finalizar, durante la verbalización se elaboran las experiencias de la vivencia simbólica y su relación con dinámicas cotidianas.

Juego ritualizado: juego usado como resistencia, la verbalización durante el juego sirve a los esfuerzos defensivos obsesivos, que tienden a evitar el contacto emocional. Este juego es expresión de sometimiento y sobreadaptación No funciona como vehículo de emociones, sino como un obediente «cumplir» con la consigna. Se trata de un juego que se transforma en barrera utilizado como resistencia y perdiendo su valor expresivo y elaborativo.

Cuando predomina el juego ritualista, observamos la tensión corporal muscular, movimientos medidos, temerosos… Impresionan cómo personas serias, formales y muy correctas, el movimiento espacial está sumamente restringido, se muestran inhibidos, circunscritos al espacio de juego que se les ofrece. Desarrollan pocos gestos faciales significativos y reducen los juegos a intercambios muy pobres, basados en moldes de interacción estereotipados, con ausencia de registro de estados emocionales. Son el polo opuesto de los pacientes histéricos, presentando una máscara esquizoide respecto a sus afectos. Cuando esta modalidad toma primacía, estamos frente a un riesgo de repetición de crisis orgánicas.
La relación con el terapeuta es formal, obediente, pero de escasa cercanía y participación afectiva. Toda la conducta tiene el sello del sistema defensivo rígido...

La tarea del terapeuta es la decodificación de la emoción que el paciente intenta descargar o disociar, a partir de la lectura de las modificaciones posturales, los tonos y las modulaciones de la voz, los ritmos, la mímica y las ubicaciones espaciales.

Juego impulsivo: sucede cuando el juego resistencial da paso a momentos «explosivos», donde a veces se puede observar balones utilizados como proyectiles con la finalidad de descarga de estados emocionales. Corresponden a momentos en los que el estricto control obsesivo fracasa y cede el paso al momento se descarga indiscriminada, donde aparecen la hiperactividad y el aislamiento en algún «rincón del espacio». Se trata de períodos altamente comunicativos e índices de progreso y de buen pronóstico terapéutico, a pesar de su carácter masivo. En la relación con los objetos ofrecidos en el espacio de juego, observamos el fenómeno inverso al descrito en el juego ritualizado, que son usados indiscriminadamente para la necesidad emocional dominante: descargar un estado emocional intolerable, cualquier situación puede servir para ese fin; son expresión de los «bocados no digeridos», que el adulto «deposita» indiscriminadamente con la finalidad de encontrar un continente que lo signifique. Más avanzado el proceso terapéutico suelen avergonzarse de los momentos de ilusión que los alejan de su actitud «objetiva»... 

El juego «defensivo» corresponde a los aspectos más patológicos de la personalidad y ofrece, durante su permanencia, el mayor riesgo de repetición de episodios orgánicos, en tanto priva de expresión a los contenidos emocionales que se drenan por vía somática.

Es una forma extrema tendiente a negar el dolor psíquico inherente a la ausencia del objeto. La detención de los procesos proyectivos e introyectivos está al servicio de la evitación de la noción de ausencia, y separación, a través del mantenimiento omnipotente de la fantasía de auto-sostén. Esta detención de procesos proyectivos-introyectivos pone en grave riesgo el mundo emocional, privado de registros concretos de necesidad, a partir de los cuales desarrollar intercambios emocionales reales.

Desde la experiencia de vulnerabilidad y ausencia de sostén, se desarrollan movimientos proyectivos intensos y violentos, en busca de un continente materno real. El incremento del sistema de defensas rígidas en la esfera mental, se acompaña del incremento de tensión de la musculatura. Para esos pacientes, esa sensación posee el sentido de «brazos maternos», fuertes y seguros que perpetúan un estado de simbiosis ilusorio. La ruptura de este sistema, por esta connotación de sostén, supone un momento traumático, de máxima vulnerabilidad, que los pacientes experimentan como «quedar expuestos».

Serán las sucesivas pruebas de receptividad emocional las que les permitirán rectificar las experiencias patológicas de «rechazo» de la identificación proyectiva primaria, a las que estuvieron expuestos en la infancia y que estereotiparon en el contacto con su mundo interno; un intento de probar al terapeuta en sus funciones continentes. Es también un intento de expresión gestual y motora de los contenidos vinculares que, en la evolución, sólo se expresaron mediante síntomas orgánicos.
Cómo opera el juego y qué facilita
  • Mediatiza o expulsa el conflicto, para luego elaborarlo.
  • Funciona como espacio de ensayo en un marco contenedor.
  • Disminuye el excesivo control o restricción que muchos adultos ejercen en su vida.
  • Desarrolla el «Insigh» de situaciones confusas o ambivalentes, donde la persona comprende su «rol» dentro de un sistema.
  • Instaura un clima de distensión donde todo puede ser abordado en una atmósfera plástica.
  • Afrontar y elaborar gradualmente el sentimiento de inadecuación o ridículo que nos hace reprimir  impulsos genuinos y espontáneos.
En definitiva, se trata de crear las condiciones y la dinámica lúdico-corporal , para que la persona pueda superar, con la gradualidad necesaria, las prohibiciones del Súper-Yo y expresarse lo más libremente posible, para así tomar consciencia de los contenidos del inconsciente, que influencian su acción en la realidad externa, acción de la que el Yo en consciente sólo en parte. Así, lograr una disminución de las defensas y, en consecuencia, que  aflore gran parte del material oculto (necesidades, miedos, deseos, prohibiciones, fantasmas…) que condiciona la vida relacional presente.