Contexto
cultural donde operan las emociones
El
pensamiento de los últimos siglos ha insistido en el uso de la razón por encima
de las emociones. Culturalmente nos hemos educado a guiarnos “racionalmente”,
bajo la premisa “pienso, luego existo”, restando importancia a la emoción y su
expresión.
El
ambiente cultural y social actual apunta a la no expresión emocional, sobre
todo aquellas emociones que social y culturalmente han sido etiquetadas –
estigmatizadas - como negativas, tales como la rabia, la tristeza, el dolor, o
el miedo. Estas emociones han sido catalogadas como una debilidad más que un
potencial, en consecuencia hay la tendencia a negarlas, reprimirlas, camuflarlas
o apaciguarlas. En este contexto es común escuchar expresiones tales como: “Si
te ven triste o llorando van a pensar que eres débil”, “deja el enojo: van a
pensar que eres un amargado”, “no te rías tan fuerte: te ves tan vulgar cuando
lo haces”, “contrólate, no llores…” “los hombres no lloran”, etc.
De
modo que las personas tienden a amoldar su expresión emocional a los cánones
socialmente aceptados, lo cual puede implicar reprimir o negar determinadas
emociones. Como dice Maickel Malamed: “Parte del manejo emocional tiene que ver
con moldes… el hombre piensa, la mujer siente, los hombres no lloran, la
tristeza es mala, el miedo es de cobardes… se pierde la emoción en una cuestión
moral y la moralidad está en la acción, no en el sentimiento”. Pero nos engañamos
al pretender meter las emociones en un molde, y etiquetarlas como buenas o
malas, positivas o negativas. Las emociones son, simplemente, expresiones
naturales de nosotros mismos que expresan una realidad interna, una necesidad.
Las
emociones son un componente fijo de nuestro programa de comportamiento
Como
seres humanos no podemos suspender, desconectar o eliminar las emociones de
nuestro repertorio de experiencias y comportamientos. Las emociones no
son simplemente una opción dentro de un menú del que podemos escoger alguna de
las opciones sugeridas. Por el contrario, representan un componente fijo de
nuestro programa de comportamiento. Las emociones son reacciones instintivas -
impulsos o disposiciones - para actuar, ante situaciones y circunstancias diversas.
Las
emociones nos brindan la dirección que requerimos para actuar en cada
situación, al facilitar la toma de conciencia de lo que nuestro organismo está
experimentando, al ser éstas expresión fiel de lo que está aconteciendo en
nuestra vida interior. En este sentido, las emociones nos dan una referencia
acertada de lo que nos sucede en un momento determinado, y la energía adecuada
para actuar en cada situación.
Cada
una de las emociones son signos que nos ayudan a prepararnos para responder a
diferentes situaciones. Así por ejemplo la rabia nos informa que alguien ha
traspasado nuestros límites, el dolor nos dice que ha aparecido una herida, el
miedo nos comunica nuestra necesidad de seguridad, el placer nos ayuda a tomar
conciencia de que nuestras necesidades están satisfechas, la tristeza nos
susurra del valor de lo perdido, la frustración nos expresa que tenemos
necesidades no atendidas – objetivos no alcanzados -, la impotencia nos habla
de la falta de potencial para el cambio, la confusión nos expresa que estamos
procesando información contradictoria. Cada emoción tiene su propio mensaje e
intensidad.
- El control: Una estrategia para gestionar las emociones
Una
de las estrategias – estériles e inefectivas – que más utilizamos para lidiar
con las emociones con las cuales nos sentimos incómodos, tales como la ira, el
miedo, la impotencia, la frustración, la inseguridad, entre otras, es el
control. Al respecto comenta Norberto Levy: “Al sentir una emoción que nos
disgusta, como el miedo o enfado, queremos controlarla para que
desaparezca. Pero así sólo se intensifica. El camino es ayudarla a
madurar”.
Hay
muchas maneras de controlar las emociones. Podemos racionalizarlas,
reprimirlas, negarlas o simplemente tratar de desconectarlas, en el caso de que
nos resulten demasiado amenazantes. Pero el resultado de este “esfuerzo
disciplinado” por controlar las emociones, es la insanidad emocional, la
pérdida del contacto con el sí mismo, la inautenticidad, la desintegración del
alma.
La
represión emocional daña nuestra salud psicológica y física
Negar
o reprimir “emociones indeseadas” como el miedo, la tristeza o la rabia, no
hará que desaparezcan, por más “disciplina y control” que utilicemos. Seguirán
presente en nuestras vidas, pero expresándose de otras formas, como rigidez
corporal, insomnio, adicciones, falta de espontaneidad, irrupción descontrolada
de los rasgos y sentimientos controlados, compulsividad en algunas de nuestras
acciones, degradación funcional de la secuencia vital de nuestra comunicación
(percepción – sentimiento – expresión).
La
emoción es energía que genera nuestro organismo y que por su naturaleza busca
expresarse. Ahora la energía, por principio físico, no se destruye sino que se
transforma. Así sucede con la emoción cuando la reprimimos evitando que se
exprese mediante el llanto, las palabras, la risa, etc..., se transforma en
enfermedades como gastritis, problemas digestivos, problemas cardiovasculares,
cáncer, entre otras enfermedades; o en insanidad psicológica, como culpa, depresión,
ansiedad, etc. Resulta, pues, un esfuerzo inútil tratar de “enterrar las
emociones”. Como lo expresa Don Colbert: “Las emociones no mueren. Las
enterramos, pero enterramos algo que todavía está vivo”. Agrega Deb Shapiro:
“Toda emoción reprimida, negada o ignorada queda encerrada en el cuerpo”.
Cuando
reprimimos las emociones negándoles su expresión, el efecto de expresión y
movimiento que es inhibido, se encauza hacia adentro. Así por ejemplo, cuando
reprimimos la rabia o el miedo, la tensión muscular que debería experimentarse
en los músculos orientados hacia el exterior, que intervienen en la respuesta
típica de huida o ataque, se direcciona hacia adentro, transfiriendo esa carga
a los músculos internos y vísceras. En el largo plazo esa tensión que acompaña
a las emociones y que fue inhibida, termina expresándose a través de otras
formas como contracciones y rigidez muscular, dolores del cuello y espalda,
enfermedades gástricas, dolores de cabeza, entre otros.
Las
emociones que no expresas y resuelvas, terminan por manifestarse en alguna
parte del cuerpo.
Esta
también el debatido enfoque de las enfermedades psicosomáticas, según el cual
los trastornos físicos psicogénicos se desarrollan a causa de sentimientos
reprimidos.
Cuanto
más fuerte es la represión de una emoción, más fuerte es la explosión emocional
Controlar
las emociones es una experiencia ilusoria, con logros muy engañosos. Detrás de
la fachada de control que la persona arma, se mantiene un equilibrio muy
precario. A pesar de los recursos estereotipados que la persona aprende:
modulación de voz, posturas corporales, mirada artificial, gestos faciales
encubridores, el controlador sólo logra una transformación transitoria de su
conducta externa, pues tarde o temprano las emociones reprimidas emergen
redimidas por las necesidades que claman por salir.
En
cada una de las expresiones estereotipadas de “serenidad, aplomo y
ecuanimidad”, aparecerá también su precariedad expresada en rigidez,
compulsividad y mal humor, hasta que “el controlado” irrumpe descontroladamente,
ante situaciones imprevistas o de retos.
Por
otra parte, cuanto más fuerte sea la represión de la emoción, más potente y
explosiva será la expresión y liberación de esa emoción en algún momento de la
vida. A la larga las emociones reprimidas terminan teniendo una expresión que
va más allá de la respuesta normal. Dice Don Colbert: “Las emociones que quedan
atrapadas dentro de la persona buscan resolución y expresión. Esto forma parte
de la naturaleza de las emociones, porque deben sentirse y expresarse. Si nos
negamos a dejar que salgan a la luz, las emociones se esforzaran por lograrlo.
La mente inconsciente tiene que trabajar más y más para poder mantenerlas bajo
el velo que las esconde”.
Las
emociones que mantenemos reprimidas terminan por escaparse de la mente
inconsciente.
- La expresión: Una estrategia ecológica de gestión de las emociones
La
clave para lograr efectividad en el manejo y gestión de las emociones no es
negarlas o controlarlas, sino permitir que fluyan, lo cual no quiere decir que
si, por ejemplo, estas enojado (a) con tu cónyuge, des rienda suelta a tu enojo
y le lastimes, o traspases sus límites y derechos, sino más bien dejar que tu
emoción te informe que está pasando contigo, para luego decidir cómo atenderla
de la manera más segura y productiva. La idea implícita es la del “judo
emocional”, lo cual consiste en ver la emoción como una fuerza que busca
expresar una necesidad del organismo y tratar de absorber la energía o fuerza
(fluir con lo que está sintiendo – adquirir plena conciencia) y ayudarla (no
bloquearla, controlarla) para que complete su movimiento, utilizando su fuerza
para que continúe su camino, en vez de bloquearla, causando que nos tumbe o
agobie. Por otra parte, liberar la energía que generalmente usamos para
reprimir las emociones producirá un enorme flujo de vitalidad que se
manifestará en forma de relajamiento, creatividad, satisfacción y poder
personal.
Hay
tres metáforas que pueden servir para ilustrar el manejo de las emociones. Una
es comparar la emoción con un pozo de agua contenida, represada, sin
movimiento, lo cual equivale a controlar / reprimir las emociones. ¿Qué pasa
con el agua en tales condiciones? Naturalmente se pudre, pierde vitalidad. La
segunda metáfora es la de un tsunami, cuya violencia de agua, arrasa con todo a
su paso, causando muerte y devastación, lo cual equivale a dar rienda
suelta a nuestras emociones sin medir consecuencias, de tal forma que nos
convertimos en sirvientes de nuestras emociones, lastimando a otros y a nosotros
mismos y saturándonos de conflictos interpersonales. La tercera metáfora
es la de una represa hidroeléctrica, que permite que el agua fluya, pero a la
vez sea canalizada para fines productivos. Esta es la imagen que quiero dejar
fresca al hablar de judo emocional.