martes, 20 de mayo de 2014

Efecto Lucifer

Antonio Robles
Libertad Digital, 15 de Mayo de 2014 
Artículo interesante:

A falta de un móvil político, el asesinato de la presidenta de la Diputación de León, Isabel Carrasco, ha provocado todo tipo de especulaciones sobre los motivos de sus autoras, y ha levantado una ola de indignación por los comentarios crueles vertidos en las redes sociales contra la víctima. Dos cuestiones controvertidas, que en realidad son sencillas de explicar y difíciles de resolver por la fuerza morbosa que rodean al caso, al tratarse de un cargo político relevante.

Ante el manido recurso a la locura como explicación de la obscenidad, se ha recurrido ahora al lenguaje de la psicopatología científica: "Se trata de dos psicópatas con mucha frialdad", han barruntado los investigadores del caso. Y asunto zanjado, como si con el recurso al lenguaje psicopatológico individual ahuyentásemos los demonios del mal, nos librásemos del espanto que produce caer en la cuenta de que tales mujeres podrían ser nuestras vecinas, tan normales como nosotros mismos, y por ello, aterrador. Es lo que en psicología se llama error de atribución fundamental, pues se menosprecia la fuerza de las circunstancias propicias.

No, no hace falta estar loco para cometer los más espantosos crímenes, sólo estar sumido en el contexto adecuado, con el pretexto oportuno y la sangre envenenada de odio. La ira, el resentimiento, la frustración o la impotencia, sentirse agredido, ofendido, humillado es suficiente para agarrarse a la venganza como salida ante el resentimiento adobado por rivalidades mal resueltas. Para ello no es necesario ser un psicópata, ni estar loco; la mayoría de los crímenes los cometen personas normales, tan normales como usted y como yo. En los años 70 el doctor Philip Zimbardo realizó un experimento de psicología social en la Universidad de Stanford. Asignó roles de carceleros y prisioneros al azar entre un grupo de 24 personas voluntarias. El experimento se tuvo que suspender a la semana porque los roles asumidos habían puesto en peligro la integridad moral y física de los detenidos. Algunos carceleros llegaron a torturar a los prisioneros. 

De todas las enseñanzas que se sacaron de esa experiencia nos pueden servir las palabras tantas veces verificadas en la historia de que la bondad o la maldad del hombre dependen sólo de las circunstancias. Cualquiera de nosotros puede ser un asesino si se dan las circunstancias adecuadas. Y no por ello estamos enfermos, ni estamos dirigidos por enajenación alguna. Somos responsables, siempre somos responsables de nuestros actos, a excepción claro está de aquellos casos en que una psicopatología real (también las hay) nos convierte en irresponsables de nuestros actos. No en este caso, desde luego. 

Cuando dos personas, madre e hija, se retroalimentan y se regodean en la preparación de la venganza durante un año y medio, son todo menos dos locas. Póngales ustedes el apelativo que quieran, exactamente el mismo que se puede asignar a esos etarras encarcelados que brindan con cava el último asesinato de ETA. A esa constatación perversa de la naturaleza humana y su inclinación al mal cuando el ambiente es propicio, Zimbardo le dio el nombre de efecto Lucifer.

No menos lamentable es parapetarse tras la libertad de expresión para criticar al ministro del Interior porque se le ha ocurrido plantear "recursos legales adicionales" para impedir "la apología del delito y el odio" desde las redes sociales. No hay libertad alguna que no esté limitada para evitar la barbarie. Todo nuestro marco democrático es el resultado final de 2.400 años de la búsqueda, defensa y limitación de la libertad.

Solo porque hay límites a la libertad somos libres, de lo contrario sería la ley de la selva, y en ésta sólo los fuertes serían libres. Las redes sociales, sin embargo, tienen apenas una docena de años. Internet nos ha inventado un mundo, nos ha facilitado las cosas. Resulta inimaginable vivir ahora sin ella. Pero ha de ser regulada. Empezando por impedir que se escuden en el anonimato lo peor del alma humana. Si en las cárceles ficticias de Stanford se generó la impunidad para que lo peor del ser humano se manifestara con la mayor crueldad, es fácil deducir que, tras el anonimato de las redes sociales, todo tipo de resentidos, frustrados, envidiosos, desquiciados, resentidos, impotentes, mediocres, cobardes, fracasados, maliciosos o perversos arremetan sin piedad contra todo lo que les estorba. La mentira, la difamación, las injurias, las amenazas y las coacciones deben ser perseguidas de oficio. Otra cosa es cómo tipificarlo y cómo adentrarse en ese nuevo amazonas intratable de internet.

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