Los humanos tendemos a vivir juntos, pero a la vez diferenciamos entre el "nosotros" y el "ellos".
Probablemente,
la ventaja más importante de la humanidad como especie es su
disposición a trabajar en sociedad, en grupo.
Sin embargo, el arma aparenta ser de doble filo, ya que, en
ocasiones, parece que dicho comportamiento social puede ser el que
lleve a la propia especie a su inevitable final.
Y
es que, hay un inesperado efecto secundario con el que la selección
natural no contó a la hora de decidir como beneficioso el
comportamiento social: la aparición de los grupos. Sin embargo, esta
forma de vida no se regula sola. A la práctica, a la hora de
relacionarnos socialmente, muchas veces lo hacemos desde
un sentimiento de identidad grupal
que nos lleva a considerar a la otra persona nuestro igual o, por el
contrario, alguien con quien no nos identificamos.
El gregarismo en el ser humano: un recurso de supervivencia
Sí,
la especie humana ha conseguido alzarse como la especie dominante de
su planeta, si bien los conflictos sociales, la
discriminación, la desigualdad y el odio son un precio que se antoja
muy alto.
Pero,
¿por qué se produce todo esto? Hay
infinidad de razones que nos llevan a formar parte de grupos.
Algunas veces son intereses comunes, por los que acabamos siendo
parte del grupo de ciclistas, de frikis o de vegetarianos. Otras
veces, son cuestiones ideológicas, por lo que podemos pertenecer al
grupo de anarquistas, feministas o ateos, y otras veces son “meras”
diferencias físicas o biológicas, por lo que, objetivamente,
podemos ser hombres, mujeres, negros, blancos…
Esto
no parece tan descabellado, al fin y al cabo, cada cual es como es y
las diferencias, en todo caso, deberían ser motivo de celebración y
no de odio… pero, ¿Por qué no es así?
Bien,
todo
parte de un fenómeno que Tajfel acuñó como identidad social,
que está relacionado con el autoconcepto, es decir, el modo en el
que nos vemos a nosotros mismos.
Tajfel y sus investigaciones sobre la identidad colectiva
La
identidad social es el conjunto de aspectos de la identidad
individual que están relacionadas
con categorías sociales a las que creemos pertenecer.
De esta forma, al considerarnos, digamos, españoles, todas las
conductas y normas que, según entendemos, son propias de los
españoles, pasan a ser nuestras. En este proceso media ya un error
de lógica, que es el considerar que todos los miembros que
pertenecen a un grupo compartan las mismas características
conductuales o psicológicas.
Son
los famosos estereotipos, que no son sino heurísticos,
o atajos mentales, que cumplen la función de simplificar nuestro
entorno y ahorrar recursos psicológicos que pudieran orientarse a
otras tareas, pero que, como decimos, son infundados. Con ellos,
vienen de la mano los prejuicios, es decir, el desplegar
actitudes hacia determinada persona en función del grupo social al
que pueda pertenecer.
De
todos modos, hasta donde hemos contado, tampoco parece que haya mayor
problema. Si nos quedásemos ahí, simplemente viviríamos en un
mundo tremendamente ignorante que desperdicia un potencial inmenso
respecto a los beneficios que puede conllevar la interculturalidad.
Así que sí, ¿por qué, además de desarrollar una identidad
social, competimos con otras identidades sociales?
Tajfel
demostró, con unos experimentos que llamó el “paradigma del grupo
mínimo”, cómo la
diferencia más trivial y superficial puede desembocar la
competición.
Clasificando a los participantes en dos grupos respecto a si les
gustaba más uno u otro cuadro, se invitó a cada uno de ellos a
distribuir recursos (dinero) entre su grupo y el otro.
Los
resultados mostraban que los participantes preferían ganar menos
dinero siempre y cuando la diferencia entre dinero recibido con el
otro grupo fuera máxima… Dicho de otra forma, si yo he elegido el
cuadro de Klee, y puedo elegir que tanto mi grupo como el de
Kandinsky ganemos 20 euros, preferiré ganar 18 si ellos ganan 10…
siempre que la decisión sea anónima.
Las emociones y la identidad grupal
Si
algo tan frívolo como elegir un cuadro o como el color de una
camiseta ya me lleva a perjudicar a otros grupos, ¿qué no haré
cuando estén involucrados elementos más profundos como ideologías
o familias?
Los
mecanismos que se relacionan con todo esto están muy relacionados
con la autoestima.
Si yo considero que las cualidades de mi grupo son aplicables a mí,
si mi grupo es valioso, será que yo soy valioso…y como siempre, el
valor es algo relativo, y solo es posible de adjudicar mediante
comparación.
Por
lo tanto, conflictos sociales actuales están basados en la búsqueda
de sentirme valioso (autoestima) a través de mi grupo (identidad
social) a raíz de hacer menos valioso a otras personas que
(prejuicios) pertenecen a otro grupo diferente. Siguiendo el discurso
que hemos llevado aquí, la conclusión lógica es que esta es una
guerra que no se puede ganar, porque está basada en las percepciones
de cada uno de los bandos, y quizás
la solución esté en conseguir autoestima a través de nuestras
conductas
y no de nuestro color, órganos sexuales o el muy arbitrario
accidente geográfico de nuestro nacimiento.
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