Así se comportan, en términos generales, las personas verdaderamente maduras.
por Elisabet Rodríguez Camón
La expresión
“ser un inmaduro” es una etiqueta que se utiliza de forma muy
habitual para describir a aquellas personas que en alguna de sus
áreas vitales no se desenvuelve de una forma coherente, competente o
estable. A pesar de que este tipo de funcionamiento personal resulta
desadaptativo, no existe como categoría concreta en el actual
sistema de clasificación de los trastornos mentales, el DSM-V. Sin
embargo, este estilo comportamental y actitudinal puede presentarse
de forma subyacente como un elemento común en diversos trastornos de
personalidad.
Eso sí; de la
misma manera de la que podemos hablar, usando un lenguaje cotidiano,
de personas inmaduras, también
es posible hablar sobre personas psicológicamente maduras.
Veamos qué las caracteriza.
El estilo de personalidad madura
Para el
psiquiatra y experto Enrique Rojas (2001) existen tres ámbitos a los
cuales puede circunscribirse el denominado estado de madurez
personal: el afectivo, el intelectual y el profesional. En términos
del autor la madurez es un
estado de conocimiento y buen juicio, prudencia y saber,
que se ha ido alcanzando y que lleva a gestionar de manera positiva
la propia psicología. De esa forma, una persona que se encuentra en
dicho estado dispone de un nivel adecuado de capacidad para conducir
su vida de manera competente y eficaz a nivel emocional.
Un aspecto clave
es entender este constructo como un proceso dinámico, un fenómeno
que no presenta una finalidad o destino concretos, sino que se va
modulando constante y permanentemente a lo largo del ciclo vital. Por
tanto, debe desterrarse la idea de que existe un grado de madurez
personal perfecta e ideal a la cual llegar y mantener de forma
estática.
Claves neuroanatómicas de la madurez psicológica
Cuando se hace
referencia al desarrollo neuroanatómico de las distintas
estructuras y conexiones que forman el cerebro humano,
infinidad de investigaciones han demostrado cómo las zonas de los
lóbulos frontales poseen
un papel central en el comportamiento ligado a la toma de decisiones,
a la capacidad de planificar eventos futuros, a la flexibilidad a la
hora de llevar a cabo razonamientos complejos en la resolución de
problemas e improvisar y adoptar un comportamiento adaptativo o
flexible, etc.
Estas
competencias parecen muy ligadas a la definición que se ha indicado
anteriormente sobre lo que implica un estilo personal maduro; son las
habilidades que le dan al ser humano tal categoría y lo diferencia
de otras especies animales menos desarrolladas intelectualmente.
Los estudios
científicos han determinado que dichas áreas frontales no
llegan a su completo desarrollo hasta bien iniciada la tercera década
de vida,
aproximadamente a los 25 años. Además, los estudios que han
fundamentado el conocimiento que hoy día se tiene sobre el concepto
de inteligencia emocional, muy vinculado también a la cuestión de
la madurez personal, afirman cómo de determinante resulta la
circuitería neuronal establecida entre el lóbulo frontal y las
estructuras del sistema
límbico, cuya función es la
regulación de los estados emocionales.
A grandes rasgos,
puede decirse que este último es el encargado de controlar las
respuestas fisiológicas más instintivas de estrés, rabia o miedo e
interviene en los procesos motivacionales y en el
aprendizaje de comportamientos más complejos
y elaborados en base a experiencias pasadas.
Por contra, la zona
orbitofrontal modula los sentimientos analíticamente y da las
órdenes sobre cómo proceder conductualmente cuando se recibe la
información del sistema límbico conforme el individuo está
experiementando un estado emocional determinado. Fallos en las
conexiones entre ambas áreas ocasionan respuestas irreflexivas,
desmesuradas y desadaptadas socialmente.
Un ejemplo
clásico que explica este fenómeno se encuentra en la literatura que
fundamentó el desarrollo de la neurociencia como tal: el caso de
Phineas
Gage (1948), un capataz que trabajaba en la construcción de
ferrocarriles y que sufrió graves alteraciones en la personalidad
tras un impresionante accidente en el que una vara de metal le
atravesó por completo el cerebro en la parte frontal.
Principales características de las personas psicológicamente maduras
Lo expuesto hasta
ahora parece indicar una gran relación entre los constructos de
madurez personal, competencia en la regulación emocional y del mundo
afectivo en general. En este sentido, los
individuos que gozan de un buen nivel de madurez en el terreno de los
sentimientos se
desenvuelven hábilmente en las siguientes competencias (Rojas,
2001):
1. Conocer la naturaleza del mundo emocional
Es decir, que las
personas psicológicamente maduras son capaces de observarse
a sí mismas y de asociar situaciones o eventos a experiencias
emocionales.
2. Establecer unas bases sólidas en el área sentimental
Esta cualidad se
refiere al hecho de haber experimentado el sentimiento de amor en su
profundidad y a conocer
las implicaciones y compromisos necesarios
para el mantenimiento de tal relación amorosa.
3. Poseer una visión realista de la pareja
Evitar las
idealizaciones y percepciones sesgadas del otro es imprescindible.
Disponer de unas expectativas demasiado elevadas de la relación y
del otro miembro de la pareja dificulta la resolución positiva de
las adversidades o desencuentros que puedan surgir entre ambos.
4. Considerar a la otra persona y a la relación como una parcela más de la vida
La independencia
emocional respecto de los demás se vincula muy estrechamente con un
buen nivel de autoestima y seguridad en uno mismo, hecho fundamental
en el establecimiento
de relaciones interpersonales saludables.
5. Comprender la naturaleza dinámica de las emociones y los sentimientos
Ello implica
considerar que estos fenómenos son mutables y modificables en el
tiempo y que, es necesario realizar acciones y conductas cotidianas
que los alimenten en positivo de forma constante.
6. Ser capaz de dar y recibir amor de forma sana
Este punto
implica tener la capacidad para comunicar el afecto con
verbalizaciones y acciones, así como también ser consciente de que
este hecho forma parte de la naturaleza humana. En efecto, una
persona madura comprende
que es merecedora del afecto de forma intrínseca por parte de la
otra persona y, por
tanto, que desea corresponder a esta de la misma manera.
7. Estar preparado para construir un proyecto en común con otra persona
Principalmente,
este aspecto implica compartir áreas de la vida propia con otro
individuo de forma satisfactoria y además tener la competencia y el
compromiso en desear solucionar posibles conflictos que puedan surgir
en su trascurso.
8. Disponer de las cualidades suficientes de inteligencia, voluntad y compromiso
Estas tres
cualidades implican la habilidad para encontrar el equilibrio entre
la consecución de las metas vitales propias y aquellas comunes a la
pareja. Estas últimas deben ser compartidas por ambos miembros de
forma voluntaria, por lo que una
comunicación efectiva entre las dos partes
deviene un aspecto fundamental y necesario.
9. Mantener el sentimiento de amor a largo plazo
Es importante
cobrar consciencia de que es positivo no caer en una sucesión de
fases de enamoramiento superficiales. Este punto se vincula muy
estrechamente con el anterior en
lo referido al nivel de compromiso necesario
para que dicho proyecto sentimental disponga de una continuidad
satisfactoria.
10. Autorregularse
Finalmente, es
importante interiorizar que uno mismo puede
aprender a regular internamente sus emociones y sentimientos.
Muy relacionado con el punto primero, un individuo maduro es capaz de
no dejarse llevar por sus emociones y es competente identificándolas,
comunicándolas y analizarlas racionalmente a fin de conseguir un
comportamiento final más adaptativo.
A modo de conclusión
Se ha podido
observar a lo largo del texto que, a grandes rasgos, una persona
madura psicológicamente posee las cualidades de inteligencia
emocional; sentido del compromiso, de la responsabilidad y del
esfuerzo; un estilo de funcionamiento (intra e interpersonal)
racional y regulado donde se
equilibra el mundo de las emociones respecto del mundo de lo
cognitivo; y,
finalmente, un grado suficiente de comportamiento ético y moral.
Además, también
son ingredientes relevantes aspectos como disponer de un buen nivel
de competencia en el conocimiento propio, donde se asumen fortalezas
y debilidades; una adecuada capacidad para analizar, reflexionar y
tomar decisiones de forma coherente y basada en argumentos sólidos;
y un desarrollo
positivo de la autoimagen
en el que la independencia emocional respecto del otro es el
principal componente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario