Nunca
en la historia los padres se han preocupado tanto por sus hijos como lo hacen
hoy en día. Se dedican a ellos en cuerpo y alma, acuden a cursillos antes
incluso de que nazcan, hacen talleres, leen libros, se implican en asociaciones
de padres de alumnos, se involucran en otras entidades y plataformas
relacionadas siempre con sus vástagos... "Podría decirse que es una generación que ha 'profesionalizado' la paternidad.
Quieren ser padres excelentes, que sus hijos no sufran, que tengan una
magnífica preparación y que sean felices", en palabras de la prestigiosa
psicóloga, terapeuta y educadora social Maribel Martínez.
Todo
eso está muy bien. Pero entonces, ¿por qué cada vez hay más niños inseguros,
dependientes, déspotas, con trastornos de ansiedad, miedos, fobias, baja
tolerancia a la frustración, adicción a las pantallas, rebeldes, incapaces de
controlar sus impulsos, con problemas para dormir, que arrastran la autoestima
por los suelos o a los que les falta motivación? Muy sencillo. Porque a pesar
de nuestros denodados esfuerzos, de nuestras buenas intenciones y de nuestros
elevados propósitos, estamos haciendo las cosas mal.
Algunos padres
pecan de hiperprotectores,
crían a sus hijos como si fueran seres frágiles y débiles sin darse cuenta de
que de ese modo los niños acaban interiorizando ese mensaje y sintiéndose
incapaces e inseguros. A otros les pasa que son hiperpermisivos. No soportan
ver a sus hijos sufrir, no aguantan verlos llorar, llegan a casa extenuados del
trabajo y lo último que quieren es enzarzarse en una discusión con sus retoños.
Así que, para evitar broncas y lloros, con la mejor de las intenciones, acaban
permitiendo a sus hijos casi todo y creando pequeños déspotas.
Con frecuencia esos dos modelos de
padres -los más habituales hoy en día- conviven en la misma familia.
¿QUÉ HACER?
La respuesta puede estar en
"Cuántas veces te lo tengo que decir" (editorial Arpa), un libro
escrito por Maribel Martínez después de 20 años viendo desfilar por su consulta
a padres absolutamente desesperados y de ser ella misma madre. "Mi hija me
ha puesto en mi sitio, yo creía que me sabía al dedillo el libro de
instrucciones y no, la realidad es que es muy difícil criar a un hijo sin
perder el norte",
asegura a ZEN.
Maribel Martínez es pionera en España de
la llamada 'terapia breve estratégica', un modelo psicoterapéutico centrado en
resolver y prevenir problemas complejos de una manera sencilla y en poco
tiempo, sin ponerse a explorar las causas en el pasado. Y, siguiendo esos
preceptos, en su libro propone pautas simples, eficaces y de un aplastante
sentido común para conseguir que nuestros hijos (sobre todo aquellos entre 5 y
12 años) nos escuchen, nos respeten y nos obedezcan en situaciones concretas
del día a día: a la hora de vestirse, de comer, de dormir, de hacer los
deberes, de colaborar en las tareas de casa, de dejar de montar pataletas, de
utilizar videojuegos y teléfonos móviles, de no pelearse con los hermanos, de
superar miedos...
"Se trata de superar el círculo
vicioso en el que muchas veces caemos y que no solo no resuelve el problema
sino que con frecuencia lo cronifica o lo agrava", subraya. "Y eso
realmente puede tener consecuencias muy graves. Cada vez vemos a más y más
niños inseguros, repletos miedos o pequeños tiranos que se creen con derecho a
todo".
Estas son algunas de esas situaciones y
los consejos para abordarlas:
"HÁBLAME
BIEN QUE SOY TU MADRE"
Qué padre y qué madre no quiere que su
hijo le trate con respeto, con educación, con buenos modales, que obedezca a la
primera, sin gritos, sin estridencias, sin insultos... En definitiva: que le
respeten. Pues sepa que lo más importante para conseguirlo es la actitud. Mucho
más que los hechos, los sermones o los castigos.
Cada vez que el niño salte la línea del
respeto, aunque sea levemente soltando un "jo, tío" o "qué
pesada", debemos evitar caer en la trampa de pensar que ahora hablan así y
que no tiene tanta importancia, estaríamos permitiendo una falta de respeto y
promocionando futuras más graves. Hay que recurrir a la consabida frase de
"Háblame bien que soy tu madre/ padre". Pero hay que pronunciarla con
actitud. Maribel Martínez recomienda acercarse al hijo a un metro de distancia
(menos sería invadir su espacio personal y más no sería eficaz), mirarle a los
ojos y decirle con voz firme y seria la frase en cuestión. Darse media vuelta e
irse.
No grite. Gritar no es eficaz, es
contraproducente y aleja a los padres del objetivo de ser respetables.
"¿MEJOR
QUE CENE UN YOGUR O QUE SE VAYA A LA CAMA CON EL ESTÓMAGO VACÍO?"
Si ha respondido que mejor que cene un
yogur, se equivoca Si su hijo es de esos que sólo quieren comer macarrones y
salchichas, de esos que se niegan a probar cosas nuevas, de los que se cierran
en banda cuando hay espinacas para cenar, no lo dude: que se vaya a la cama sin
cenar. Punto. Mañana tendrá más hambre y será más probable que pruebe un nuevo
alimento.
Si le ofrece un yogur u otra
alternativa, pensando en su bien y en su salud, lo está sobreprotegiendo y,
sobre todo, le está transmitiendo al niño de manera categórica que cada vez que
se niegue a probar un alimento o a comerse algo que no le gusta al final
acabarán dándole algo más rico, más de su agrado. Así que seguirá en sus trece,
porque los padres le están reforzando esa actitud.
APRENDER A
PREGUNTAR
Muchos padres pretender relacionarse con
sus hijos como si fueran sus iguales, así que siempre tiene en cuenta sus
opiniones y deseos. Y para saberlos, les preguntan. ¿Qué quieres para merendar?
(Pues imagínese: chuches, chocolate, bollería industrial...). ¿Vamos mañana a
la playa? (No, prefiero quedarme viendo la tele). ¿Te quieres poner el abrigo?
(no, aunque los termómetros marquen bajo cero). ¿Quieres hacer el favor de
ducharte? (No, prefiero seguir jugando).
Hay que aprender a preguntar, de manera
que el hijo vea que se tiene en cuenta su opinión en algunos temas, porque en
otros obviamente no puede ser así porque no tiene criterio de nutrición, de
organización familiar, de salud, etc... "Una fórmula que funciona muy bien
es dar a escoger dos opciones razonables", subraya Maribel Martínez. Y
pone algunos ejemplos: "Quieres para merendar un bocadillo de queso o uno
de jamón?" "¿Quieres ducharte ahora o en diez minutos?".
Cualquiera de las dos opciones es válida, el niño siente que se tiene en cuenta
su opinión, aprende a escoger y lo acepta mejor.
"DEJAD DE
PELEAROS DE UNA VEZ"
Es un clásico: dos hermanos que no paran
de pelearse. Cada vez que están solos, se repite la misma situación. Uno de
ellos de pronto grita a pleno pulmón "Papáaaa" o
"Mamáaaa....", el progenitor acude al galope y se encuentra una
escena de llantos y chillidos.
Muchos progenitores tratan entonces de
averiguar qué ha pasado y determinar quién es el culpable. "Es decir,
hacen de policías (interrogan) y de jueces (sentencian)", en palabras de
Maribel Martínez.
La solución está en que los padres dejen
de focalizar la atención en los conflictos y entiendan que éstos son necesarios
para que sus hijos resuelvan sus diferencias y mejoren su relación. Ese es el
objetivo: que tengan un vínculo fraternal bueno, no que nunca discutan. Así
que, cuando se peleen, no hay que acudir a la llamada de socorro, no hay que
intervenir para poner paz, no hay que convencerlos de que deben llevarse bien,
no hay que reñir ni castigar, porque de esa manera los hermanos aún se enfadan
más entre ellos, porque por culpa de uno el otro está castigado.
Los padres deben de observar sin
intervenir. Pueden
acudir de vez en cuando a la habitación en la que los hermanos libran la
batalla campal con alguna excusa, pero desapareciendo de la escena en un
segundo y animándoles a resolver su discusión. Un "Estoy seguro de que
podréis resolver vuestras diferencias" puede servir. Los niños seguramente
agudizarán sus gritos al oír eso, pero los padres deben de seguir en la misma línea
y transmitirles que confían en que podrán solucionarlo. Un toque de humor no
viene mal: ¿Nadie se a roto nada? Pues nada, seguid negociando que seguro que
llegáis a un acuerdo". Y cada vez que lo logren, felicitarles.
LAS TEMIDAS
PATALETAS
Casi todos los padres saben lo que son:
un niño que se tira al suelo, berrea, grita, patalea y se convulsiona en medio
del supermercado porque su madre/padre se ha negado a comprarle un huevo
kínder. Es la forma inmadura en la que un crío expresa su frustración, ira o
enfado. Si los padres ceden, malo: el niño aprende que con las rabietas logra
su objetivo. Si lo padres se enfadan y le abroncan, malo también: el niño se
suele enrabietar más.
La mayoría de las veces las rabietas son
previsibles, y eso juega a favor de los padres. Muchos saben que cuando le
digan a su hijo que es hora de dejar el parque e irse a casa, se la va a liar
parda. Así que hay que adelantarse. "Te quedan cinco minutos de parque,
luego hay que ir a casa". Cinco minutos, tres serían demasiado poco tiempo
para que el crío cierre lo que está haciendo y diez demasiados, volvería a
quedar absorto en el juego. También hay que utilizar correctamente el
"No", porque esta palabra como inicio de frase puede detonar una
pataleta. Mejor emplear fórmulas como "Me gustaría pero no puede
ser". También hay que evitar usar el "No", porque ante esa
palabra es muy probable que un niño empiece una pataleta. Mejor emplear
fórmulas como "Me gustaría pero no puede ser".
Y estas son sólo un puñado de pautas. En
"Cuántas veces te lo tengo que decir" Maribel Martínez ofrece
muchísimas más.