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martes, 9 de febrero de 2016

Inundación Emocional: Cuando las emociones te sobrepasan






Casi todos, en alguna que otra ocasión, nos hemos visto envueltos en una discusión en la que dejamos que las emociones fluyeran sin control. No me refiero a esos pequeños fogonazos de ira sino a verdaderas oleadas de sentimientos negativos, que prácticamente nos desbordan y hacen que actuemos de forma poco racional.

El escenario típico es: estás en medio de un desencuentro, la otra persona dice algo y, repentinamente, es como si cayeras en un agujero negro. Lo único que percibes y emites es ira, miedo, pánico y/o frustración. Cuando experimentamos estas sensaciones nuestros músculos se tensan, listos para la acción, y nuestra mente funciona tan rápido que no somos capaces de seguirla “conscientemente”.

La diferencia entre la inundación emocional y las emociones que experimentamos todos los días radica en la magnitud. Durante un episodio de inundación emocional nuestra mente racional se desconecta, ocurre un secuestro emocional en toda regla. Nuestro sistema nervioso se satura y la corteza prefrontal deja de ejercer su rol controlador. En este punto, nuestras reacciones instintivas pueden empeorar aún más la situación, generando una cascada de ira. 

¿Cómo se desencadena la respuesta de inundación emocional?

Básicamente, lo que ocurre es que reaccionamos haciendo lo mismo que percibimos en el otro. En una discusión, sobre todo cuando se va acalorando, es normal que adoptemos una actitud de lucha/huída. Cuando una persona se siente atacada, percibe que la situación la sobrepasa o está llena de ira, se produce una activación fisiológica que genera esa sensación de peligro inminente.

De esta forma, el cerebro percibe que existe un nivel de estrés que no podemos manejar y, por tanto, responde como si estuviéramos ante un riesgo real, aumentando la presión sanguínea, haciendo que la respiración sea más superficial y dilatando las pupilas, respuestas que nos animan a tomar solo dos caminos: atacar a nuestro adversario o huir de la situación.

El problema es que resulta muy probable que nuestro interlocutor reaccione de la misma manera y, como resultado, ambas personas terminen perdiendo el control. Se produce una inundación emocional en toda regla donde no hay espacio para el entendimiento ya que en ese momento la empatía desaparece y es como si cada cual luchase por su vida.

¿Qué hacer para evitar este tipo de situaciones?

Cuentan que un hombre sufría a menudo ataques de ira y cólera, así que un día decidió solucionar este problema. Para ello, le pidió ayuda a un viejo sabio que tenía fama de conocer la naturaleza humana. Cuando llegó, le dijo:

- Señor, quiero que me ayudes, tengo fuertes arranques de ira que están arruinando mi vida. Sé que soy así, pero también sé que puedo mejorar.

- Lo que me cuentas es muy interesante - dijo el anciano. De todas formas, para poder tratar tu problema, necesito que me muestres tu ira. Solo así podré descubrir su naturaleza.

- Pero ahora no estoy enfadado - argumentó el hombre.

- Bien - contestó en anciano. 

- En ese caso, la próxima vez que la ira te invada, ven lo más rápido que puedas a enseñármela.

El hombre estuvo de de acuerdo y regresó a su casa. A los pocos días sufrió un ataque de cólera y marchó rápidamente a ver al anciano. Sin embargo, el sabio vivía en lo más alto de una colina muy alejada, así que cuando alcanzó la cima y se presentó al sabio…

- Señor, estoy aquí de nuevo.

- Estupendo, muéstrame tu ira.

Pero al pobre hombre se le había pasado el enojo durante el camino.

- Es posible que no hayas venido lo suficientemente rápido - dijo el anciano. - La próxima vez corre más deprisa y así llegarás todavía enfadado.

Pasados unos días, al hombre le asaltó otro fuerte ataque de cólera y, recordando la recomendación del sabio, comenzó a correr cuesta arriba. Cuando media hora después llegó completamente agotado a casa del viejo, este le reprendió:

- Esto no puede continuar así, otra vez llegas sin ira. Creo que debes esforzarte más y subir la cuesta mucho más rápido. De otro modo no voy a poder ayudarte.

El hombre se fue entristecido, jurándose a sí mismo que la próxima vez correría con todas sus fuerzas para llegar a tiempo de mostrar su ira.

Pero no ocurrió así. Una y otra vez subía la cuesta, y cada vez llegaba más fatigado y sin rastro de ira.

Un día que llegó especialmente extenuado, el maestro, por fin, le dijo:

- Creo que me has engañado. Si la ira formara parte de ti, podrías enseñármela. Has subido veinte veces y nunca has sido capaz de mostrarla. Esa ira no te pertenece. No es tuya. Te atrapa en cualquier lugar y con cualquier motivo pero luego te abandona. Por tanto, la solución es fácil: la próxima vez que quiera llegar a ti, no la recojas.

Esta fábula nos deja diferentes enseñanzas prácticas que podemos aplicar para evitar que las emociones tomen el control:

1. Haz un compromiso de paz contigo mismo. Normalmente vamos por la vida reaccionando ante las situaciones, pero podemos aprender a desarrollar nuestro autocontrol. No podemos evitar sentirnos frustrados o enfadados, pero podemos detener esa avalancha de emociones antes de que nos inunden por completo. Haz un compromiso contigo mismo, comprométete a: no perder la paciencia, a pensar antes de hablar y a alejarte antes de hacer daño cuando no puedas controlar la ira.

2. Aprende a detectar las señales de la catástrofe inminente. Una vez que se produce el secuestro emocional y nuestra corteza prefrontal se desconecta, hay poco que hacer. Sin embargo, si nos conocemos lo suficiente, sabremos cuál es nuestro punto de no retorno. De esta forma, cuando notemos que comenzamos a ponernos nerviosos o a enfadarnos, podemos hacer un alto para que la situación no se nos escape de las manos.

3. Aprieta el botón de pausa. Cuando estás a punto de estallar, lo más recomendable es apretar el botón de pausa. Abandona durante unos instantes la interacción y céntrate en ti. Existen diferentes formas para retomar el control. Se trata de encontrar la más eficaz para ti. Por ejemplo, hay personas que pueden solucionar este problema con técnicas de respiración, a otras les resulta más útil contar hasta 10 o hasta 20. Otra alternativa consiste en recurrir a la visualización, imaginar durante unos segundos que estás en un lugar que te reporta paz y tranquilidad, donde te sientes a gusto contigo mismo. 

4. Conviértete en un observador. Se trata de un punto clave para crear un poco de distancia entre nosotros y nuestra tormenta de pensamientos y sentimientos. Imagina que eres un observador externo que está ante la escena. ¿Qué creería de lo que está sucediendo? ¿Qué pensaría de tu actitud? ¿Cómo resolvería esa situación? Cuando logras establecer una distancia emocional, retomas el control y te resulta más fácil encontrar una solución al conflicto.

5. Cambia la perspectiva sobre tu interlocutor. Cuando estamos a punto de sufrir una inundación emocional, lo único que vemos de nuestro interlocutor es su rigidez, ira, frustración… Comenzamos a analizar la situación solo desde nuestra perspectiva, solo somos capaces de ver un cuadro negativo, al cual reaccionamos enfadándonos. Sin embargo, esa persona que tenemos delante, que probablemente conocemos muy bien, también puede ser una pareja cariñosa, una madre dedicada o un hijo solícito. Se trata de dar un paso atrás para ver el cuadro en su justa perspectiva, desarrollando una visión más equilibrada de esa persona que tenemos delante.

martes, 13 de octubre de 2015

Trastorno de dependencia, chantajistas emocionales: ¿Cómo identificarlos?



 
Hay personas que nos transmiten muy buenas vibraciones y nos llenan con su optimismo para alegrarnos el día. Sin embargo, hay otras que nos desgastan a golpe de pesimismo, inmadurez o egoísmo. Se trata de chantajistas emocionales, personas dependientes que extraen nuestra energía vital y la usan para alimentar su negatividad.

El problema radica en que los dependientes emocionales no solo nos provocan una molestia momentánea sino que, a fuerza de relacionarnos con ellos día tras día, nos provocan un gran estrés y desgaste, no solo a nivel emocional sino incluso físico. De hecho, no podemos olvidar que las emociones son contagiosas y que los estados emocionales negativos mantenidos a lo largo del tiempo pueden dar pie a numerosas enfermedades. Por eso, el primer paso para lidiar con los dependientes emocionales, consiste en aprender a distinguirlos.

Tipos de Personalidades Dependientes Emocionales

Las personas que se alimentan de la energía de los demás suelen recurrir a la manipulación emocional para lograr sus objetivos. Se acercan al otro solo para extraer su energía y vaciar su carga de negatividad, una vez que lo logran, van a por su siguiente víctima sin sentir pena ni remordimientos. Y es que estas personas tienen muy poca empatía, son extremadamente egoístas y no son capaces de ponerse ni por un segundo en el lugar del otro. 

No obstante, existen diferentes tipos de personalidades dependientes emocionales, todos no operan de la misma manera:

1. Los Pesimistas. Se trata de la típica persona que ve el mundo de color gris, para ella todo es negativo y hacerle ver que en realidad no es así es una misión imposible ya que siempre tiene a mano un argumento para demostrar que su vida y el mundo no merecen la pena. Si mantenemos una relación prolongada con esta persona puede terminar haciéndonos adoptar su perspectiva negativa y pesimista, robándonos nuestras ganas de vivir y esperanzas.

2. Los Catastrofistas. Esta persona va más allá del pesimismo, para ella cualquier hecho adquiere proporciones negativas colosales. Su conversación gira exclusivamente sobre las catástrofes y desgracias que han ocurrido o pueden ocurrir, incluso si son bastante improbables. Para esta persona vivir significa enfrentar una larga cadena de peligros inminentes por lo que apenas diez minutos de conversación termina agotándonos y solo sirve para contagiarnos esa visión distorsionada del mundo.

3. Los Quejicas. Se trata de la típica persona que se queja por todo, se queja cuando llueve y cuando hay sol también, cuando su economía va mal y cuando va bien. En ella nunca encontrarás apoyo porque cualquier problema que tengas, siempre será infinitamente menor que el suyo. De hecho, te usa como un paño de lágrimas pero nunca está dispuesta a escucharte cuando lo necesitas. Es probable que un día te acerques a ella con un problema pero termines consolándola porque se le ha secado la hierba del jardín.

4. Los Criticones. Esta persona siempre tiene algo que objetar a todo lo que dices pero no lo hace con buenas intenciones sino tan solo para despertar en ti un sentimiento de inferioridad, aunque siempre afirma que lo hace “por tu bien”. Pasar un día con esta persona implica escuchar un rosario interminable de críticas porque nada le parece bien, desde la cena hasta la película, sin olvidar tu comportamiento. Su rigidez a la hora de valorar cualquier cosa es simplemente irritante y agotadora.

5. Los Sarcásticos. Esta persona se esconde detrás de una broma para lanzar su dardo envenenado. A primera vista sus palabras pueden resultar chistosas pero en realidad encierran un comentario sarcástico y hasta cruel pero la trampa radica en que no puedes ofenderte porque “se trata solo de una broma”. Su principal objetivo es minar tu autoestima lanzando una serie de comentarios irónicos que terminan golpeando donde más duele. Relacionarse con este tipo de personas es como estar continuamente en una batalla, a la espera del próximo golpe.

6. Los Agresivos. En este caso, la persona reacciona de manera desproporcionada y violenta ante el menor estímulo. Cualquier palabra o el más mínimo gesto pueden provocar una tormenta por lo que sientes que estás caminando continuamente sobre la cuerda floja. Al verte obligado a medir cada frase y calibrar cada gesto, relacionarte con ella es profundamente agotador. 

7. Los Indefensos. Se trata del dependiente emocional más difícil de reconocer ya que no resulta agresivo, al contrario, necesita constantemente que le ayuden porque no es capaz de valerse por sí mismo. Sientes tanta pena que te pones a tu disposición pero llega el punto en el que sus problemas han consumido todas tus energías. Se trata de una persona que roba tu tiempo, invade tu espacio y daña tus relaciones interpersonales pero cuando le necesitas, se olvida completamente de ti.

¿Cómo actúan las personas dependientes a nivel emocional?

Para ejercer su poder, los dependientes emocionales necesitan dos condiciones esenciales: cercanía y tiempo. Es decir, necesitan establecer determinados lazos emocionales con la persona para conocer sus puntos débiles y poder guiarla por sus derroteros. Por eso los dependientes emocionales más dañinos son los que se encuentran en nuestro entorno más cercano, como los familiares, amigos o incluso la pareja. Además, mientras más cercanos y más estrecha sea la relación, más difícil nos resultará descubrirlos y más daño nos causarán.

A menudo estas personas humillan o ningunean a su víctima pero siempre tienen una excusa o una coartada a mano para explicar su propia versión de los hechos y hacerse pasar por buena gente. De hecho, ante los ojos de los demás incluso pueden adoptar el rol de víctimas, cuando en realidad son el verdugo.

No obstante, vale aclarar que en muchos casos este patrón de comportamiento no es consciente. Es decir, el dependiente emocional se comporta así de manera automática, sin pensar demasiado en las consecuencias de sus actos, porque es la única forma de relacionarse que conoce, un estilo relacional que quizás aprendió de sus padres o que desarrolló como un mecanismo de defensa a partir de situaciones traumáticas que vivió en el pasado.

Obviamente, el hecho de que no sean plenamente conscientes de que te están robando la energía no es razón para que dejes que continúen operando impunemente. Por eso, si rehúyes a una persona sin saber muy bien por que, si te cuesta devolver una llamada o si la sola idea de encontrar a alguien ya te resulta agotadora, es probable que te encuentres ante un dependiente o chantajista emocional. Activa tu radar y no caigas en su tela de araña.

miércoles, 17 de octubre de 2012

Expresar vs reprimir las emociones



Contexto cultural donde operan las emociones
El pensamiento de los últimos siglos ha insistido en el uso de la razón por encima de las emociones. Culturalmente nos hemos educado a guiarnos “racionalmente”, bajo la premisa “pienso, luego existo”, restando importancia a la emoción y su expresión.
El ambiente cultural y social actual apunta a la no expresión emocional, sobre todo aquellas emociones que social y culturalmente han sido etiquetadas – estigmatizadas - como negativas, tales como la rabia, la tristeza, el dolor, o el miedo. Estas emociones han sido catalogadas como una debilidad más que un potencial, en consecuencia hay la tendencia a negarlas, reprimirlas, camuflarlas o apaciguarlas. En este contexto es común escuchar expresiones tales como: “Si te ven triste o llorando van a pensar que eres débil”, “deja el enojo: van a pensar que eres un amargado”, “no te rías tan fuerte: te ves tan vulgar cuando lo haces”, “contrólate, no llores…” “los hombres no lloran”, etc.
De modo que las personas tienden a amoldar su expresión emocional a los cánones socialmente aceptados, lo cual puede implicar reprimir o negar determinadas emociones. Como dice Maickel Malamed: “Parte del manejo emocional tiene que ver con moldes… el hombre piensa, la mujer siente, los hombres no lloran, la tristeza es mala, el miedo es de cobardes… se pierde la emoción en una cuestión moral y la moralidad está en la acción, no en el sentimiento”. Pero nos engañamos al pretender meter las emociones en un molde, y etiquetarlas como buenas o malas, positivas o negativas. Las emociones son, simplemente, expresiones naturales de nosotros mismos que expresan una realidad interna, una necesidad.

Las emociones son un componente fijo de nuestro programa de comportamiento
Como seres humanos no podemos suspender, desconectar o eliminar las emociones de nuestro repertorio de experiencias y  comportamientos. Las emociones no son simplemente una opción dentro de un menú del que podemos escoger alguna de las opciones sugeridas. Por el contrario, representan un componente fijo de nuestro programa de comportamiento. Las emociones son reacciones instintivas - impulsos o disposiciones - para actuar, ante situaciones y circunstancias diversas.
Las emociones nos brindan la dirección que requerimos para actuar en cada situación, al facilitar la toma de conciencia de lo que nuestro organismo está experimentando, al ser éstas expresión fiel de lo que está aconteciendo en nuestra vida interior. En este sentido, las emociones nos dan una referencia acertada de lo que nos sucede en un momento determinado, y la energía adecuada para actuar en cada situación.
Cada una de las emociones son signos que nos ayudan a prepararnos para responder a diferentes situaciones. Así por ejemplo la rabia nos informa que alguien ha traspasado nuestros límites, el dolor nos dice que ha aparecido una herida, el miedo nos comunica nuestra necesidad de seguridad, el placer nos ayuda a tomar conciencia de que nuestras necesidades están satisfechas, la tristeza nos susurra del valor de lo perdido, la frustración nos expresa que tenemos necesidades no atendidas – objetivos no alcanzados -, la impotencia nos habla de la falta de potencial para el cambio, la confusión nos expresa que estamos procesando información contradictoria. Cada emoción tiene su propio mensaje e intensidad.
  1. El control: Una estrategia para gestionar las emociones
Una de las estrategias – estériles e inefectivas – que más utilizamos para lidiar con las emociones con las cuales nos sentimos incómodos, tales como la ira, el miedo, la impotencia, la frustración, la inseguridad, entre otras, es el control. Al respecto comenta Norberto Levy: “Al sentir una emoción que nos disgusta, como el miedo o enfado, queremos controlarla para que desaparezca.  Pero así sólo se intensifica. El camino es ayudarla a madurar”.
Hay muchas maneras de controlar las emociones. Podemos racionalizarlas, reprimirlas, negarlas o simplemente tratar de desconectarlas, en el caso de que nos resulten demasiado amenazantes. Pero el resultado de este “esfuerzo disciplinado” por controlar las emociones, es la insanidad emocional, la pérdida del contacto con el sí mismo, la inautenticidad, la desintegración del alma.

La represión emocional daña nuestra salud psicológica y física
Negar o reprimir “emociones indeseadas” como el miedo, la tristeza o la rabia, no hará que desaparezcan, por más “disciplina y control” que utilicemos. Seguirán presente en nuestras vidas, pero expresándose de otras formas, como rigidez corporal, insomnio, adicciones, falta de espontaneidad, irrupción descontrolada de los rasgos y sentimientos controlados, compulsividad en algunas de nuestras acciones, degradación funcional de la secuencia vital de nuestra comunicación (percepción – sentimiento – expresión).
La emoción es energía que genera nuestro organismo y que por su naturaleza busca expresarse. Ahora la energía, por principio físico, no se destruye sino que se transforma. Así sucede con la emoción cuando la reprimimos evitando que se exprese mediante el llanto, las palabras, la risa, etc..., se transforma en enfermedades como gastritis, problemas digestivos, problemas cardiovasculares, cáncer, entre otras enfermedades; o en insanidad psicológica, como culpa, depresión, ansiedad, etc. Resulta, pues, un esfuerzo inútil tratar de “enterrar las emociones”. Como lo expresa Don Colbert: “Las emociones no mueren. Las enterramos, pero enterramos algo que todavía está vivo”. Agrega Deb Shapiro: “Toda emoción reprimida, negada o ignorada queda encerrada en el cuerpo”.
Cuando reprimimos las emociones negándoles su expresión, el efecto de expresión y movimiento que es inhibido, se encauza hacia adentro. Así por ejemplo, cuando reprimimos la rabia o el miedo, la tensión muscular que debería experimentarse en los músculos orientados hacia el exterior, que intervienen en la respuesta típica de huida o ataque, se direcciona hacia adentro, transfiriendo esa carga a los músculos internos y vísceras. En el largo plazo esa tensión que acompaña a las emociones y que fue inhibida, termina expresándose a través de otras formas como contracciones y rigidez muscular, dolores del cuello y espalda, enfermedades gástricas, dolores de cabeza, entre otros.
Las emociones que no expresas y resuelvas, terminan por manifestarse en alguna parte del cuerpo. 
Esta también el debatido enfoque de las enfermedades psicosomáticas, según el cual los trastornos físicos psicogénicos se desarrollan a causa de sentimientos reprimidos.

Cuanto más fuerte es la represión de una emoción, más fuerte es la explosión emocional
Controlar las emociones es una experiencia ilusoria, con logros muy engañosos. Detrás de la fachada de control que la persona arma, se mantiene un equilibrio muy precario. A pesar de los recursos estereotipados que la persona aprende: modulación de voz, posturas corporales, mirada artificial, gestos faciales encubridores, el controlador sólo logra una transformación transitoria de su conducta externa, pues tarde o temprano las emociones reprimidas emergen redimidas por las necesidades que claman por salir.
En cada una de las expresiones estereotipadas de “serenidad, aplomo y ecuanimidad”, aparecerá también su precariedad expresada en rigidez, compulsividad y mal humor, hasta que “el controlado” irrumpe descontroladamente, ante situaciones imprevistas o de retos.
Por otra parte, cuanto más fuerte sea la represión de la emoción, más potente y explosiva será la expresión y liberación de esa emoción en algún momento de la vida. A la larga las emociones reprimidas terminan teniendo una expresión que va más allá de la respuesta normal. Dice Don Colbert: “Las emociones que quedan atrapadas dentro de la persona buscan resolución y expresión. Esto forma parte de la naturaleza de las emociones, porque deben sentirse y expresarse. Si nos negamos a dejar que salgan a la luz, las emociones se esforzaran por lograrlo. La mente inconsciente tiene que trabajar más y más para poder mantenerlas bajo el velo que las esconde”.
Las emociones que mantenemos reprimidas terminan por escaparse de la mente inconsciente.
  1. La expresión: Una estrategia ecológica de gestión de las emociones
La clave para lograr efectividad en el manejo y gestión de las emociones no es negarlas o controlarlas, sino permitir que fluyan, lo cual no quiere decir que si, por ejemplo, estas enojado (a) con tu cónyuge, des rienda suelta a tu enojo y le lastimes, o traspases sus límites y derechos, sino más bien dejar que tu emoción te informe que está pasando contigo, para luego decidir cómo atenderla de la manera más segura y productiva. La idea implícita es la del “judo emocional”, lo cual consiste en ver la emoción como una fuerza que busca expresar una necesidad del organismo y tratar de absorber la energía o fuerza (fluir con lo que está sintiendo – adquirir plena conciencia) y ayudarla (no bloquearla, controlarla) para que complete su movimiento, utilizando su fuerza para que continúe su camino, en vez de bloquearla, causando que nos tumbe o agobie. Por otra parte, liberar la energía que generalmente usamos para reprimir las emociones producirá un enorme flujo de vitalidad que se manifestará en forma de relajamiento, creatividad, satisfacción y poder personal.
Hay tres metáforas que pueden servir para ilustrar el manejo de las emociones. Una es comparar  la emoción con un pozo de agua contenida, represada, sin movimiento, lo cual equivale a controlar / reprimir las emociones. ¿Qué pasa con el agua en tales condiciones? Naturalmente se pudre, pierde vitalidad. La segunda metáfora es la de un tsunami, cuya violencia de agua, arrasa con todo a su paso,  causando muerte y devastación, lo cual equivale a dar rienda suelta a nuestras emociones sin medir consecuencias, de tal forma que nos convertimos en sirvientes de nuestras emociones, lastimando a otros y a nosotros mismos y saturándonos de conflictos interpersonales.  La tercera metáfora es la de una represa hidroeléctrica, que permite que el agua fluya, pero a la vez sea canalizada para fines productivos. Esta es la imagen que quiero dejar fresca al hablar de judo emocional.

martes, 21 de junio de 2011

LA INTELIGENCIA EMOCIONAL

La inteligencia emocional posibilita la eficacia de la conducta emocional, que tributa al éxito en la competencia social, constituye el vínculo entre los sentimientos, el carácter y los impulsos morales.

La inteligencia emocional nos permite tomar conciencia de nuestras emociones, comprender los sentimientos de los demás, tolerar las presiones y frustraciones que soportamos en el trabajo, acentuar nuestra capacidad.
La inteligencia emocional enfatiza el papel preponderante que ejercen las emociones dentro del funcionamiento psicológico de una persona cuando ésta se ve enfrentada a momentos difíciles y tareas importantes.

La clave del éxito del desarrollo de la inteligencia emocional en la escuela y otros contextos, se encuentra en el propio desarrollo personal, en el esfuerzo de cada uno de los sujetos implicados, a su ritmo y desde la introspección, la toma de conciencia y la voluntad de cambio y mejora continua de cada uno de ellos.
Se manifiestan insuficiencias en la formación de la personalidad que evidencian una inadecuada inteligencia emocional para el autocontrol de las emociones ante diversas situaciones de la vida.

La propuesta de un conjunto de acciones educativas coherentes e integrales posibilita el desarrollo de la inteligencia emocional para la actuación positiva ante la solución situaciones de la vida.