Este
artículo pretende, mediante la asociación de un síntoma del cáncer y un
cuento tradicional, llamar la atención sobre lo visible y lo que está oculto,
y sobre la importancia de indagar hasta conocer la verdad no evidente para
poder tomar decisiones a partir de este conocimiento.
La
Cenicienta es una doncella bella y bondadosa que vive oculta entre las
cenizas del hogar de una casa en la que es menospreciada por personas
incapaces de valorar sus aptitudes.
El
dolor irruptivo oncológico (DIO) padece una situación semejante: su
importancia y su intensidad pasan desapercibidas y son minusvaloradas en el
amplio contexto de las manifestaciones del cáncer y, en concreto, del dolor
crónico, verdadero protagonista en el control de síntomas de los pacientes
oncológicos.
Las
similitudes entre ambos empiezan cuando consideramos las diversas versiones
que hay tanto para el cuento (Perrault y los hermanos Grim) como para la
definición del DIO, múltiples aunque siempre basadas en la aparición de un
dolor súbito en un paciente oncológico con el dolor basal controlado.
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Si
hay algo que define a la Cenicienta es que, a pesar de pertenecer a una
familia pudiente, es utilizada como servicio doméstico y excluida de toda la
vida social, de forma que vive ocupada en las tareas más bajas y ni siquiera
es invitada al baile palaciego organizado para encontrar a la futura esposa
del príncipe heredero del reino. El DIO también ocupa una posición poco
afortunada en la escala de importancia de los síntomas oncológicos; tanto es
así que a la imprecisión conceptual se une la dificultad para saber cuál es
su verdadera prevalencia en los distintos tipos de tumores y momentos
evolutivos.
Podríamos
clasificar los personajes del cuento en buenos, malos e indiferentes respecto
a la protagonista y, al hacerlo, percibimos que clasificar es siempre
incompleto y sesgado pero nos permite acotar las cosas y los hechos antes de
actuar sobre ellos. Por eso, al DIO también necesitamos encuadrarlo en un
esquema que facilite nuestra toma de decisiones y lo clasificamos según dos
aspectos fundamentales: en relación con su mecanismo de producción y sus
factores desencadenantes.
Llegado
el momento del reconocimiento -o del diagnóstico en el caso del DIO- es
evidente que conocer a la Cenicienta es amarla pero ¡es tan difícil
reconocerla debajo de la capa de ceniza! Se precisa alguna prueba que nos la
revele. El proceso de identificación comienza con el envío de un emisario a
las casas de las jóvenes que acudieron al baile de palacio para que todas
ellas pasen la prueba fundamental: su pie debe ser del tamaño exacto del
minúsculo zapato olvidado.
En
el caso del DIO también hay que reconocerlo correctamente, usando un
interrogatorio específico que revele una serie de características propias
que, como en el cuento, donde la clave es llegar a distinguir a la heroína de
las demás candidatas, nos permitan hacer el diagnóstico diferencial con otras
formas de dolor.
La
clave del tratamiento del DIO son los opioides y la investigación clínica
tiene como objetivo encontrar el fármaco ideal. En La Cenicienta todo gira en
torno al hipotético pie que encajará en el zapato; las hermanastras no han
podido engañar al emisario a pesar de mutilarse una un dedo y otra el talón
para ajustarse a la horma pero la insistencia del infatigable buscador
conduce hasta la criada y ¡oh, maravilla!, el pie se desliza y encaja
perfectamente.
Para
tratar el DIO también se han utilizado fármacos que no se ajustan “a la
horma” hasta la aparición de los opioides de liberación inmediata….y
con ellos se produjo el mismo fenómeno del encaje correcto, pues son los
únicos diseñados específicamente para su tratamiento. Todos ellos se basan en
el fentanilo aplicado por vía trasmucosa y permiten un control del dolor más
rápido que los opioides de liberación rápida que se han usado
tradicionalmente.
De
igual forma que la condición ineludible para que a la Cenicienta le fuera
permitido acudir al baile, era que al sonar las doce campanadas volviera a
casa o desaparecería el hechizo, en el caso del uso de los fentanilos
transmucosos para el DIO la condición normativa de uso es la titulación de su
dosis, es decir, el ascenso gradual de la misma hasta lograr la mínima
eficaz, capaz de controlar el dolor.
En
los cuentos de hadas se considera un final lo que, en realidad, es el
principio de su parte más difícil: los enamorados deben conocerse y convivir
y, para ello se precisa paciencia, empatía y muchas ganas de triunfar en el
empeño.
En
la cuestión del dolor irruptivo en Oncología pasa algo parecido: hay que
traspasar todo el conocimiento a la práctica clínica y preguntar en la
consulta a los pacientes (empatía), titular las dosis hasta encontrar la
óptima (paciencia) y prescribirlos con la convicción de que controlar el
dolor es una parte fundamental de nuestra tarea médica (ganas de triunfar en
el empeño).
El
final feliz de los pacientes es la ausencia de dolor.
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jueves, 3 de octubre de 2013
El dolor irruptivo oncológico o la Cenicienta revelada
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