Libertad
Digital, 15 de Mayo de 2014
Artículo interesante:
A
falta de un
móvil político, el asesinato de la presidenta de la Diputación
de León, Isabel
Carrasco, ha
provocado todo tipo de especulaciones sobre los motivos de sus
autoras, y ha
levantado una ola de indignación por los comentarios crueles
vertidos en las
redes sociales contra la víctima. Dos cuestiones controvertidas,
que en
realidad son sencillas de explicar y difíciles de resolver por
la fuerza
morbosa que rodean al caso, al tratarse de un cargo político
relevante.
Ante
el manido
recurso a la locura como explicación de la obscenidad, se ha
recurrido ahora al
lenguaje de la psicopatología científica: "Se trata de dos
psicópatas con
mucha frialdad", han barruntado los investigadores del caso. Y
asunto
zanjado, como si con el recurso al lenguaje psicopatológico
individual
ahuyentásemos los demonios del mal, nos librásemos del espanto
que produce caer
en la cuenta de que tales mujeres podrían ser nuestras vecinas,
tan normales
como nosotros mismos, y por ello, aterrador. Es lo que en
psicología se llama error de atribución fundamental,
pues se
menosprecia la fuerza de las circunstancias propicias.
No,
no hace
falta estar loco para cometer los más espantosos crímenes, sólo
estar sumido en
el contexto adecuado, con el pretexto oportuno y la sangre
envenenada de odio.
La ira, el resentimiento, la frustración o la impotencia,
sentirse agredido,
ofendido, humillado es suficiente para agarrarse a la venganza
como salida ante
el resentimiento adobado por rivalidades mal resueltas. Para
ello no es
necesario ser un psicópata, ni estar loco; la mayoría de los
crímenes los
cometen personas normales, tan normales como usted y como yo. En
los años 70 el
doctor Philip Zimbardo realizó un experimento de psicología
social en la
Universidad de Stanford. Asignó roles de carceleros y
prisioneros al azar entre
un grupo de 24 personas voluntarias. El experimento se tuvo que
suspender a la
semana porque los roles asumidos habían puesto en peligro la
integridad moral y
física de los detenidos. Algunos carceleros llegaron a torturar
a los
prisioneros.
De todas las enseñanzas que se sacaron de esa experiencia nos pueden servir las palabras tantas veces verificadas en la historia de que la bondad o la maldad del hombre dependen sólo de las circunstancias. Cualquiera de nosotros puede ser un asesino si se dan las circunstancias adecuadas. Y no por ello estamos enfermos, ni estamos dirigidos por enajenación alguna. Somos responsables, siempre somos responsables de nuestros actos, a excepción claro está de aquellos casos en que una psicopatología real (también las hay) nos convierte en irresponsables de nuestros actos. No en este caso, desde luego.
Cuando dos personas, madre e hija, se retroalimentan y se regodean en la preparación de la venganza durante un año y medio, son todo menos dos locas. Póngales ustedes el apelativo que quieran, exactamente el mismo que se puede asignar a esos etarras encarcelados que brindan con cava el último asesinato de ETA. A esa constatación perversa de la naturaleza humana y su inclinación al mal cuando el ambiente es propicio, Zimbardo le dio el nombre de efecto Lucifer.
De todas las enseñanzas que se sacaron de esa experiencia nos pueden servir las palabras tantas veces verificadas en la historia de que la bondad o la maldad del hombre dependen sólo de las circunstancias. Cualquiera de nosotros puede ser un asesino si se dan las circunstancias adecuadas. Y no por ello estamos enfermos, ni estamos dirigidos por enajenación alguna. Somos responsables, siempre somos responsables de nuestros actos, a excepción claro está de aquellos casos en que una psicopatología real (también las hay) nos convierte en irresponsables de nuestros actos. No en este caso, desde luego.
Cuando dos personas, madre e hija, se retroalimentan y se regodean en la preparación de la venganza durante un año y medio, son todo menos dos locas. Póngales ustedes el apelativo que quieran, exactamente el mismo que se puede asignar a esos etarras encarcelados que brindan con cava el último asesinato de ETA. A esa constatación perversa de la naturaleza humana y su inclinación al mal cuando el ambiente es propicio, Zimbardo le dio el nombre de efecto Lucifer.
No
menos
lamentable es parapetarse tras la libertad de expresión para
criticar al
ministro del Interior porque se le ha ocurrido plantear
"recursos legales
adicionales" para impedir "la apología del delito y el odio"
desde las redes sociales. No
hay
libertad alguna que no esté limitada para evitar la barbarie. Todo
nuestro marco democrático es el resultado final de 2.400 años de
la búsqueda,
defensa y limitación de la libertad.
Solo porque hay límites a la libertad somos libres, de lo contrario sería la ley de la selva, y en ésta sólo los fuertes serían libres. Las redes sociales, sin embargo, tienen apenas una docena de años. Internet nos ha inventado un mundo, nos ha facilitado las cosas. Resulta inimaginable vivir ahora sin ella. Pero ha de ser regulada. Empezando por impedir que se escuden en el anonimato lo peor del alma humana. Si en las cárceles ficticias de Stanford se generó la impunidad para que lo peor del ser humano se manifestara con la mayor crueldad, es fácil deducir que, tras el anonimato de las redes sociales, todo tipo de resentidos, frustrados, envidiosos, desquiciados, resentidos, impotentes, mediocres, cobardes, fracasados, maliciosos o perversos arremetan sin piedad contra todo lo que les estorba. La mentira, la difamación, las injurias, las amenazas y las coacciones deben ser perseguidas de oficio. Otra cosa es cómo tipificarlo y cómo adentrarse en ese nuevo amazonas intratable de internet.
Solo porque hay límites a la libertad somos libres, de lo contrario sería la ley de la selva, y en ésta sólo los fuertes serían libres. Las redes sociales, sin embargo, tienen apenas una docena de años. Internet nos ha inventado un mundo, nos ha facilitado las cosas. Resulta inimaginable vivir ahora sin ella. Pero ha de ser regulada. Empezando por impedir que se escuden en el anonimato lo peor del alma humana. Si en las cárceles ficticias de Stanford se generó la impunidad para que lo peor del ser humano se manifestara con la mayor crueldad, es fácil deducir que, tras el anonimato de las redes sociales, todo tipo de resentidos, frustrados, envidiosos, desquiciados, resentidos, impotentes, mediocres, cobardes, fracasados, maliciosos o perversos arremetan sin piedad contra todo lo que les estorba. La mentira, la difamación, las injurias, las amenazas y las coacciones deben ser perseguidas de oficio. Otra cosa es cómo tipificarlo y cómo adentrarse en ese nuevo amazonas intratable de internet.
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