El
cuerpo es el primer mediador de la relación entre el individuo y el mundo
externo: mediante él hemos entrado en contacto con otro cuerpo; es a través del
cuerpo de la madre que nuestro cuerpo ha grabado las primeras sensaciones
provenientes del encuentro con el mundo físico y con los otros.
Algunas
sensaciones corporales que experimentamos a lo largo de la vida nos llevan a
situaciones vividas. El cuerpo primero siente, y luego «habla», de manera que
puede ser inclemente delator, quien denuncia el doble mensaje, entre los que
dolores, síntomas y malestar son sólo algunas de las formas de dicha expresión.
En
los pacientes psicosomáticos, la representación del cuerpo es un símbolo que
presenta una evolución fragmentada, a partir de la perturbación de las
funciones proyectivas e introyectivas, derivadas del vínculo anómalo con la
madre. Además, también nos encontramos con la privación de experiencias
sensoriales e inhibición de funciones corporales, esenciales para la
incorporación de la realidad.
Las
funciones estructurantes han tenido en el paciente psicosomático un desarrollo
distorsionado que afectó progresivamente a la confianza en su capacidad para
penetrar y provocar modificaciones en el objeto.
Cuando
el Yo se esfuerza por desconocer las emociones (por ejemplo, el miedo), y sólo
logra expresión por un síntoma físico, como un dolor, se establece un sistema
rígido pero expuesto a bruscas fisuras, que da lugar a la emergencia de
acontecimientos vinculares no procesados, por no poseer una adecuada membrana
permeable reguladora, que permitiría intercambios graduados. En esos casos, el
miedo es a la pérdida de la coraza defensiva, que los dejaría excesivamente
expuestos a las experiencias emocionales, vulnerabilidad que tiene el sentido
de quedar «en carne viva».
Podemos
decir que el paciente psicosomático sufre la dramática alternancia de estar «en
carne viva», sin una piel que establezca los límites, que fije una clara demarcación,
con lo que no es posible experimentar las funciones de tacto y contacto.
Esta
relación del Yo consigo mismo también se observa en los vínculos en los que
existe una alternancia entre estar pertrechados y distantes o ser excesivamente
permeables, y actuar como «esponjas» que absorben como propias, necesidades y
urgencias ajenas. Se trata de adultos que juegan de forma ritualista, de la
misma manera que se conectan con el mundo. Sin embargo, carecen de imaginación,
fantasía, creatividad y humor y presentan un psiquismo de situaciones que no
han logrado integrar, sintetizar y simbolizar con excesiva carga emocional...
Lo que no logran es metabolizarlas, así que permanecen a modo de «bocados no
digeridos» que pueden irrumpir con brusquedad, rompiendo la barrera defensiva,
pero que finalmente vuelven a disociarse.
Los
episodios somáticos son expresión de momentos de identificación proyectiva del
área no metabolizada, que busca en el cuerpo el continente del que carecieron.
Es probablemente a través de una imagen mental que contiene dolor (amenaza real
o imaginaria a la supervivencia) y del contacto, como se repiten con mayor
exactitud los modelos de relación primaria. Estas imágenes contienen, a manera
de registros corporales, experiencias vinculares estructurantes de la vida
emocional.
El juego en adultos como elemento
terapéutico y transformador
El
estatus o rol adquirido en un grupo tiende a perpetuarse en otros grupos en los
que el niño o adulto es llevado a integrarse.
El
contenido del juego es, sin lugar a dudas, una vía óptima de acceso a la
dinámica de las relaciones objetales y un sitio privilegiado para la
reconstrucción de la historia vincular. También los adultos (no sólo es un
atributo de los niños) expresan en las sesiones de juego modalidades de
relación con objetos y personas cargadas de significados emocionales.
Además
del contenido, jugar supone modos personales de dar forma, estructura y
organización a los objetos lúdicos, ya que implica la inclusión del cuerpo en
el espacio, con ritmos personales e individuales de búsqueda, satisfacción y
frustración. El desarrollo de juegos que permitan desplegar fantasías
inconscientes con objetos mediatizadores dentro de un clima de experiencia
intermedia entre realidad y fantasía, otorga la cualidad del «como si» al
juego, funcionando como espacio integrador de ensayo y elaboración de nuevas
respuestas. Como consecuencia, se producen momentos de integración entre
sentimiento, pensamiento y acción que emergen dentro de una situación
transferencial de intercambio óptimo.
Existen
índices significativos corporales: la forma de vincularse, la dinámica y la
motricidad.
La
dinámica de juego espontáneo, sin juicio, hace posible proyectar (en el grupo y
el terapeuta) significados propios, que permiten evocar el origen del propio
comportamiento con las figuras familiares (padres, hermanos, tíos, abuelos…),
para luego reconstruir los matices de estos vínculos originales y las
fijaciones producidas en las diferentes etapas, así como las primitivas
experiencias de contacto corporal que han contribuido a estructurar la
modalidad relacional personal.
La
transferencia se convierte en una herramienta principal de trabajo. Al
finalizar, durante la verbalización se elaboran las experiencias de la vivencia
simbólica y su relación con dinámicas cotidianas.
Juego
ritualizado:
juego usado como resistencia, la verbalización durante el juego sirve a los
esfuerzos defensivos obsesivos, que tienden a evitar el contacto emocional.
Este juego es expresión de sometimiento y sobreadaptación No funciona como
vehículo de emociones, sino como un obediente «cumplir» con la consigna. Se
trata de un juego que se transforma en barrera utilizado como resistencia y
perdiendo su valor expresivo y elaborativo.
Cuando
predomina el juego ritualista, observamos la tensión corporal muscular,
movimientos medidos, temerosos… Impresionan cómo personas serias, formales y
muy correctas, el movimiento espacial está sumamente restringido, se muestran
inhibidos, circunscritos al espacio de juego que se les ofrece. Desarrollan
pocos gestos faciales significativos y reducen los juegos a intercambios muy
pobres, basados en moldes de interacción estereotipados, con ausencia de
registro de estados emocionales. Son el polo opuesto de los pacientes
histéricos, presentando una máscara esquizoide respecto a sus afectos. Cuando
esta modalidad toma primacía, estamos frente a un riesgo de repetición de
crisis orgánicas.
La
relación con el terapeuta es formal, obediente, pero de escasa cercanía y
participación afectiva. Toda la conducta tiene el sello del sistema defensivo
rígido...
La
tarea del terapeuta es la decodificación de la emoción que el paciente intenta
descargar o disociar, a partir de la lectura de las modificaciones posturales,
los tonos y las modulaciones de la voz, los ritmos, la mímica y las ubicaciones
espaciales.
Juego
impulsivo:
sucede cuando el juego resistencial da paso a momentos «explosivos», donde a
veces se puede observar balones utilizados como proyectiles con la finalidad de
descarga de estados emocionales. Corresponden a momentos en los que el estricto
control obsesivo fracasa y cede el paso al momento se descarga indiscriminada,
donde aparecen la hiperactividad y el aislamiento en algún «rincón del
espacio». Se trata de períodos altamente comunicativos e índices de progreso y
de buen pronóstico terapéutico, a pesar de su carácter masivo. En la relación
con los objetos ofrecidos en el espacio de juego, observamos el fenómeno
inverso al descrito en el juego ritualizado, que son usados indiscriminadamente
para la necesidad emocional dominante: descargar un estado emocional
intolerable, cualquier situación puede servir para ese fin; son expresión de
los «bocados no digeridos», que el adulto «deposita» indiscriminadamente con la
finalidad de encontrar un continente que lo signifique. Más avanzado el proceso
terapéutico suelen avergonzarse de los momentos de ilusión que los alejan de su
actitud «objetiva»...
El
juego «defensivo» corresponde a los aspectos más patológicos de la personalidad
y ofrece, durante su permanencia, el mayor riesgo de repetición de episodios
orgánicos, en tanto priva de expresión a los contenidos emocionales que se
drenan por vía somática.
Es
una forma extrema tendiente a negar el dolor psíquico inherente a la ausencia
del objeto. La detención de los procesos proyectivos e introyectivos está al
servicio de la evitación de la noción de ausencia, y separación, a través del
mantenimiento omnipotente de la fantasía de auto-sostén. Esta detención de
procesos proyectivos-introyectivos pone en grave riesgo el mundo emocional,
privado de registros concretos de necesidad, a partir de los cuales desarrollar
intercambios emocionales reales.
Desde
la experiencia de vulnerabilidad y ausencia de sostén, se desarrollan
movimientos proyectivos intensos y violentos, en busca de un continente materno
real. El incremento del sistema de defensas rígidas en la esfera mental, se
acompaña del incremento de tensión de la musculatura. Para esos pacientes, esa
sensación posee el sentido de «brazos maternos», fuertes y seguros que
perpetúan un estado de simbiosis ilusorio. La ruptura de este sistema, por esta
connotación de sostén, supone un momento traumático, de máxima vulnerabilidad,
que los pacientes experimentan como «quedar expuestos».
Serán
las sucesivas pruebas de receptividad emocional las que les permitirán
rectificar las experiencias patológicas de «rechazo» de la identificación
proyectiva primaria, a las que estuvieron expuestos en la infancia y que
estereotiparon en el contacto con su mundo interno; un intento de probar al
terapeuta en sus funciones continentes. Es también un intento de expresión
gestual y motora de los contenidos vinculares que, en la evolución, sólo se
expresaron mediante síntomas orgánicos.
Cómo
opera el juego y qué facilita
- Mediatiza o expulsa el conflicto, para luego elaborarlo.
- Funciona como espacio de ensayo en un marco contenedor.
- Disminuye el excesivo control o restricción que muchos adultos ejercen en su vida.
- Desarrolla el «Insigh» de situaciones confusas o ambivalentes, donde la persona comprende su «rol» dentro de un sistema.
- Instaura un clima de distensión donde todo puede ser abordado en una atmósfera plástica.
- Afrontar y elaborar gradualmente el sentimiento de inadecuación o ridículo que nos hace reprimir impulsos genuinos y espontáneos.
En
definitiva, se trata de crear las condiciones y la dinámica lúdico-corporal ,
para que la persona pueda superar, con la gradualidad necesaria, las
prohibiciones del Súper-Yo y expresarse lo más libremente posible, para así
tomar consciencia de los contenidos del inconsciente, que influencian su acción
en la realidad externa, acción de la que el Yo en consciente sólo en parte.
Así, lograr una disminución de las defensas y, en consecuencia, que
aflore gran parte del material oculto (necesidades, miedos, deseos,
prohibiciones, fantasmas…) que condiciona la vida relacional presente.
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