EL torero jerezano leyó este periódico el pasado octubre (grupo joly-la caja negra-por Carlos Navarro Antolín), cuando
rememoramos el sexto aniversario de aquel siniestro cuya víctima se
llama Livia Caro. Ella tenía 30 años y quedó mutilada a las 7:45 del 15
de octubre de 2008, cuando cruzaba por un paso de cebra y un camión se
la llevó por delante en el desbarajuste de tráfico provocado por la obra
de construcción del Metropol Parasol. A Juan José Padilla se le quedó
grabada la historia de superación personal de una joven que jamás se ha
instalado en la queja. Padilla estaba ayer anunciado en los carteles de
la Feria. Era su única tarde en el abono abrileño. Se hospedaba en la
habitación 604 del Hotel Colón, como los grandes toreros en las citas de
relumbrón. Por la mañana pidió al abogado Joaquín Moeckel que
localizara a aquella chica del artículo de prensa para invitarla a ella y
a sus padres a vivir junto a él una tarde tan especial en la carrera de
un matador: desde que el torero se viste en la intimidad de la
cuadrilla y sus colaboradores, hasta que sale a la plaza. Livia llegó al
hotel con sus padres: el escritor y poeta Joaquín Caro Romero e
Inmaculada Rodríguez, aquella niña interna de las Hermanas de la Cruz
que fue madrina de la coronación de la Virgen de la Esperanza.
Padilla les invitó también a ver la corrida, en el tendido 5, a la
vera de la barrera que se adorna con los capotes de paseo de los
matadores. Dedicó a Livia la faena de su segundo toro. Caro Romero,
quién lo diría, volvió a la Maestranza en la que tantos años firmó
crónicas taurinas que eran pura literatura. A Padilla le falta el ojo
izquierdo, tiene reducida la sensibilidad en el rostro y un oído
destrozado por aquella terrible cornada que sufrió en Zaragoza. Lejos de
caer en depresiones, coger la puerta de atrás y quedarse en una finca
maldiciendo la mala suerte, Padilla fue el líder en la estadística del
escalafón taurino de la temporada pasada. Y la actual temporada la ha
comenzado saliendo a hombros en la Feria de la Magdalena.
Livia no fue con las manos vacías al encuentro con el torero que se
ve reflejado en su espíritu de superación. Livia le agradeció el gesto
con el obsequio de dos reliquias de Madre María de la Purísima. Ella no
sólo combate cada día su minusvalía desde aquella mañana de 2008,
también ha tenido que luchar contra un tumor. Nunca se ha venido abajo
ni acepta comentarios que induzcan a la compasión. “Soy una persona de
mucha esperanza”. Cada día va a la piscina a fortalecer los músculos,
sostenida por su madre, aunque muchos creemos que es la hija la que
mantiene a la madre.
Ni el atropello, ni la minusvalía. Ni la cornada de un toro, ni la de
un tumor. Hay ciudadanos ejemplares para cualquier urbe, vecinos de los
que estar ogullosos porque no se arrugan ante la adversidad. En esta
sociedad insatisfecha que parece medirlo todo en función del concepto de
calidad de vida, hay gente que no se pregunta si su vida tiene
calidad, ni se entristece los lunes, ni los primeros de septiembre.
Lidian el toro que les ha correspondido en suerte.
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