Una vez Buda reunió a todos sus discípulos para darles una lección.
Les mostró una flor de loto, que es el símbolo de la pureza ya que crece
de manera inmaculada en aguas pantanosas.
- Quiero que me digáis algo sobre esto que tengo en las manos - dijo Buda.
El primer discípulo hizo un tratado sobre la importancia de las flores.
El segundo compuso una hermosa poesía sobre sus pétalos.
El tercero inventó una parábola muy original usando la flor como ejemplo.
Entonces le llegó el turno a Mahakashyao. Este se acercó a Buda, olió la flor y acarició su cara con uno de los pétalos.
- Es una flor de loto - dijo Mahakashyao - Simple y hermosa.
Buda sonrió y dijo:
- Has sido el único que has visto lo que tenía en las manos.
Esta sencilla parábola retoma uno de los conceptos fundamentales del
budismo: la necesidad de deshacernos de las palabras, las opiniones y
los pensamientos para centrarnos en la realidad, tal cual es. En ese
mismo momento ocurre un pequeño/gran milagro.
Un ejercicio para vaciar de sentido una palabra
Esta idea también ha calado en la filosofía occidental. En el libro “101
experiencias de filosofía cotidiana”, Roger-Pol Droit nos propone un
ejercicio muy interesante y quizá hasta desconcertante para algunos. Os
propongo que le dediquéis unos minutos a vaciar de sentido una palabra.
Se trata de tomar cualquier objeto que tengáis al alcance de la mano,
puede ser un lápiz, una flor, un vaso, la billetera o cualquier otra
cosa. Solo tiene que ser un objeto sencillo de uso cotidiano que os
resulte familiar.
Luego solo tenéis que tomarlo en la mano, colocarlo frente a vuestros ojos y repetir su nombre en voz alta.
Luego solo tenéis que tomarlo en la mano, colocarlo frente a vuestros ojos y repetir su nombre en voz alta.
Repetid su nombre mientras os fijáis en el objeto. Poco a poco os daréis
cuenta de que algo está cambiando y, al final, la palabra que designa
ese objeto se desconecta por completo, hasta carecer de significado. La
palabra que hasta hace poco os resultaba tan familiar se vacía de
contenido y se vuelve "dura". Es como si esos sonidos fueran extraños o
incluso insensatos.
En ese mismo momento el objeto aparece bajo una perspectiva nueva,
simplemente porque estáis centrando vuestra atención en sus propiedades y
características, no en el símbolo que tenéis de él. El objeto adquiere
una mayor consistencia, es como si de repente fuera más él mismo.
Lo interesante de este ejercicio es que basta muy poco tiempo para
fisurar nuestro mundo y darnos cuenta de que la seguridad que nos
confieren las palabras y los conceptos que usamos no solo es frágil sino
también bastante ilusoria.
Los niños conocen ese desdoblamiento de las cosas. De hecho, cuando van
por la calle y señalan un árbol o un perro, es porque han sido capaces
de ver su unicidad. Mientras tanto, los adultos nos encogemos
desdeñosamente de hombros y nos limitamos a nombrarlos, incluyéndolos
así dentro de una macrocategoría que no tiene nada de especial.
Esta experiencia filosófica puede cambiarlo todo sin que nada cambie,
porque cada vez que lo deseemos, seremos capaces de darle un vuelco a
nuestra perspectiva y dejar de pensar en términos de conceptos para
aprender a “tocar” realmente la vida.
3 grandes beneficios de este cambio de perspectiva
1. Nos ayuda a simplificar la vida. Comenzamos a ser conscientes
de que no necesitamos mucho para vivir y nos damos cuenta de que somos
nosotros quienes complicamos la vida.
2. Ponemos las cosas en perspectiva. Cuando comenzamos a
practicar ese ejercicio de desdoblamiento, nos percatamos de que muchas
de las palabras que usamos a diario y que incluimos en nuestras metas,
en realidad están vacías de significado. En ese momento podemos darle un
giro radical a nuestros objetivos.
3. Disfrutamos más de los pequeños detalles. Al dejar de
responder ante las imágenes y los conceptos de nuestra mente y volcarnos
más en el mundo real, aprendemos a captar todos los detalles que antes
pasábamos por alto, los cuales nos permiten disfrutar mucho más de las
cosas.
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